En 1633, la Santa Inquisición condenó por hereje al astrónomo italiano, por sostener que la Tierra gira alrededor del Sol. Recién en 1992 se disculpó el Papa Juan Pablo II.
El pedido de perdón se hizo esperar. Casi cuatro siglos. Hace treinta y dos años, el 31 de octubre de 1992, el papa Juan Pablo II dio un paso importante, al pedir perdón por la condena que la Iglesia Católica le había impuesto al astrónomo italiano Galileo Galilei, solamente por afirmar que la Tierra no era el centro del universo y el Sol no giraba alrededor de ella, sino que era al revés.
La disculpa que la Iglesia le pidió a Galileo tiene que ver con que el 22 de junio de 1633 el astrónomo italiano había recibido la sentencia de la Inquisición: fue condenado a prisión y a abdicar de la tesis que defendía.
El caso Galilei es recordado como uno de esos momentos en que la hegemonía de la Iglesia de Roma en materia de creencias, de monopolio de la verdad, fue puesta en crisis. Es que, a partir de lo postulado en el Génesis, el catolicismo adhería a la teoría geocéntrica, la idea que la Tierra -y el hombreera el centro del universo. Y que el Sol y todos los demás cuerpos celestes orbitaban alrededor de ella.
La Iglesia apoyaba el modelo del geocentrismo que habían postulado filósofos de la Antigüedad como Aristóteles y que perfeccionó más tarde, en el siglo II de esta era, el astrólogo griego Claudio Ptolomeo. De modo que cuando Galileo, a partir de sus observaciones y cálculos, adhirió y respaldó una nueva teoría, la del heliocentrismo, a la institución no le hizo gracia. Y lo investigó por una supuesta herejía.
Lo curioso es que si bien el italiano pagó los platos de la ruptura, él no fue el autor, sino el divulgador de la tesis que el Sol era el centro del sistema y la Tierra giraba alrededor de él. La había concebido un siglo antes el científico polaco Nicolás Copérnico.
En 1616 el papa Paulo V censuró las teorías copernicanas. Y desde entonces la tensión iría en aumento. La publicación del ensayo “Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo”, de Galilei, terminó de detonar el conflicto: el Santo Oficio -la Inquisiciónconsideró heréticas las ideas sostenidas en el libro y el autor fue citado a comparecer frente al papa Urbano VIII.
Finalmente fue condenado. De rodillas, con el manto blanco de los penitentes, con un cirio encendido en una mano y la otra sobre la Biblia, fue obligado a proclamar: “Abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías mencionadas anteriormente y es general todas y cada una de los errores, herejías y sectas contrarias a la Santa Iglesia. Y juro que en el futuro nunca más volveré a decir o a afirmar, oralmente o por escrito, nada que pueda causar una sospecha similar sobre mí”.
La leyenda dice que luego de recitar la obligada retractación, el astrónomo murmuró “eppur, si muove…”, es decir, “y, sin embargo, se mueve”, como una manera de persistir en su acertada teoría de que el planeta se movía sobre su eje y, además y sobre todo, se trasladaba alrededor del Sol.
Además, como parte del castigo, prohibieron su libro ‘Diálogos…’ y lo condenaron a prisión. La duración del encarcelamiento no fue estipulada en la sentencia, quedaba sujeta a la buena voluntad del Santo Oficio. Además debía recitar una vez por semana, durante tres años, los siete salmos penitenciales.
Poco después conmutaron la sentencia por un arresto en el convento de la Trinidad de los Montes; más tarde lo autorizaron a vivir en la casa de un amigo, el arzobispo Piccolomini, en Siena. Y luego fue enviado a su casa en Arcetri, donde no tenía derecho a tener compañía ni recibir visitas, “durante el tiempo que plazca a Su Santidad”.
“El doloroso malentendido entre ciencia y fe pertenece ya al pasado”, manifestó Juan Pablo II en su documento de 1992. Y tenía razón. Solo que, en su momento, Galileo debió pagar en carne propia por aquello que fue mucho más que un “malentendido”.