Adultos que estudian: historias de perseverancia y superación

Con motivo del Día de la Educación de Adultos, Todo un País entrevistó a cuatro estudiantes puntanas.

El mensaje es que a quien quiere, la vida le da revancha. Por ejemplo, para terminar la escuela secundaria, aunque se le haya pasado la primera oportunidad. Lo testimonian Graciela y Graciela, ambas de 63 años, Mariluz, de 42, y Flavia, de 32. De las dos primeras, Graciela Aquino cursó anoche su última clase de secundaria en el Colegio para Adultos N° 3, “Tomás Baras”. Y Graciela Suárez está terminando el segundo año, en un plan de estudios de tres, en el Centro Educativo de Nivel Secundario (CENS) N° 2, “Supervisor Raúl Valdez”. En el CENS, Mariluz Suárez se apresta para pasar la Bandera Nacional a otro estudiante, porque está a punto de egresar, y Flavia, como Graciela, va a cursar tercero en 2024.

Todo un país reunió los relatos de estas cuatro mujeres a propósito del Día de la Educación de Adultos, celebrado ayer a raíz de que el 27 de noviembre de 1973, durante la tercera presidencia de Juan Domingo Perón, fue creada por decreto la Dirección de Educación de Adultos.

Las historias de las dos Graciela, de Mariluz y Flavia, todas de la ciudad de San Luis, como las de otros cientos de adultos de ambos sexos, en toda la provincia, son historias de perseverancia. Porque no es fácil estudiar cuando hay hijos, pareja, hogar y trabajo que atender. Y achaques de salud que aparecen con los años.

“Ahora quiero ser profe de Teatro”

“Nunca pude cursar el secundario porque vengo de una familia muy pobre. Mi papá falleció cuando yo tenía 10 años y mi mamá siempre estaba enferma, tenía dos úlceras, pobre. Eso le impedía trabajar”, le cuenta a Todo un país Graciela Aquino, que es de Buenos Aires y se radicó hace cuatro años en San Luis. “Entonces –prosigue– con mi hermana mayor hacíamos de todo para colaborar con los gastos de la casa. Hacíamos mandados, cuidábamos niños, entrábamos materiales en las casas que estaban en construcción, cosíamos cintos, armábamos cajitas de fósforos”.

“La primaria la hicimos con muchos sacrificios, a veces sin zapatillas, sin útiles. Cuando la terminé tuve que entrar a trabajar, en una verdulería, y ahí teníamos horario cortado, así que no podía cursar el secundario. Fui a inscribirme pero no me daban los tiempos”, cuenta.

Graciela se casó “muy jovencita”. A los 18 tuvo su primer hijo, a los 21 tuvo otra y a los 38, el tercero. Entonces se dedicó al hogar, a la crianza de los hijos. “Quería darles lo mejor, lo que yo nunca tuve”. Enviudó cuando su hijo más chico tenía 8 años y tuvo que salir a trabajar. Aprendió el oficio de manicura y pedicura. “Después la vida quiso que viniera a vivir a San Luis. Y acá lo primero que hice fue buscar escuela. Como llegué el 8 de abril, no pude empezar, me dijeron que me esperaban al año siguiente. Así que al otro año empecé y acá estoy, terminando. Con mucho esfuerzo, porque sigo trabajando, para poder vivir, porque soy jubilada y pensionada, pero no alcanza”, dice.

El camino a la escuela lo hace “un trecho en colectivo y un trecho caminando”. “Los dos primeros años me tocaba volver caminando, porque a la hora que salía el colectivo ya no funciona. Cuando hacía frío o llovía me tomaba un taxi, pero eso no se puede hacer todos los días”.

Ahora que ya egresó tiene “sentimientos encontrados porque es lindo terminar, recibirse, y a la vez es triste” saber que ya no va a volver a la escuela. Igual, ya está inscripta para seguir estudiando. “Ya estoy en carrera para el año que viene. Quiero ser profe de Teatro”, sostiene.

“A veces se hace difícil, pero sigo firme”

Graciela Suárez tiene 63 años y siete hijos. “Fui a primero, segundo y tercer grado. La razón de no poder continuar fue que éramos una familia tan humilde, mis padres trabajaban todo el día, yo me tenía que quedar a cuidar a mis hermanos. Éramos muchos hermanos y a veces yo también trabajaba, cuidaba niños”, recuerda.

Con el tiempo, “me motivaron a volver mis hijos, mis nietos; ellos me anotaron en la escuela. Terminé de hacer la primaria en el plan Fines y después empecé la secundaria.

Fue muy lindo para mí, a pesar de la edad que tengo, fue algo nuevo también en algunas cosas, pero fue una alegría”.

“Un día –recuerda– dije quiero hacer la escuela, era un anhelo mío hacer esto”. Y continuar no es fácil. Graciela vive pendiente de sus hijos y después de empezar la secundaria los problemas de salud de sus hijas pusieron su ánimo por el piso. “Hay días que estoy bajoneada, por mi salud, por la artrosis que sufro, también por la salud de mis hijas. Pero gracias al empuje de mis nietos y de mi familia, sigo adelante, a veces he querido abandonar todo, pero acá estoy, firme”, proclama. De tres escalones, ya subió dos.

“Era una materia pendiente”

Cuando vio que sus tres hijos, que le han dado dos nietos, ya estaban grandes, Mariluz sintió que era tiempo de encarar algo que tenía pendiente, terminar el secundario: “En mí adolescencia hice primer año y dejé por ayudar a mí madre a cuidar a mis hermanos mientras ella trabajaba”.

Se emociona hasta las lágrimas cuando le preguntan cómo se siente ahora que está a punto de egresar. “¡Me siento increíble! Aprendí mucho de mis profesores, me enseñaron tanto que me voy con ganas de seguir aprendiendo. También aprendí mucho de mis compañeros y compañeras más jóvenes que yo, me hicieron sentir una adolescente”, dice y se ríe. Como otros estudiantes adultos, para Mariluz hubo momentos en que sintió ganas de abandonar. “Es mucha responsabilidad. Trabajo, hogar, familia, entrenamiento y escuela. Hasta no dormía, mí doctor me recetó medicamentos para dormir”, recuerda. Pero “hubo gente que siempre está para apoyarme y no dejarme abandonar. Gracias al apoyo y amor de mis cercanos seguí y seguiré aprendiendo. Enseñar a quienes quieran aprender. Dios será mí guía para que un día también pueda ser profesora”, afirma, anunciando su aspiración de ser docente.

“Una mejor calidad de vida a mis hijos”

Leslie, la menor de los tres hijos de Flavia Marín, ya va a cumplir 5 años. Pero al principio todo fue temor, porque “nació con 31 semanas de gestación, prematura. Ella fue el motivo por el que volví a empezar mis estudios, quería darles una mejor calidad de vida a mis hijos”, dice la estudiante del CENS. La pandemia de Covid también la empujó a hacer algo más con su vida. “Nos afectó mucho a mí y a mi familia. Sentí una necesidad de seguir estudiando, hacer algo, porque sentía que no estaba haciendo nada, me sentía mal, me sentía incapaz”, recuerda.

Problemas familiares la hicieron acercarse a la religión y ahí encontró un impulso más para seguir adelante: “Necesitaba esto, culminar una parte de la vida, terminar el secundario”. Flavia está convencida de que con el esfuerzo de estudiar, además, será un buen ejemplo para sus hijos. “En este tiempo hemos pasado por muchas dificultades económicas; me encontré varias veces sin trabajo y hacía tortitas y empanadas para juntar un dinero, para que no les falte el pan a los niños. Fue muy duro. He trabajado en algunos lugares y no es lo mismo tener secundario que no tenerlo”, cuenta.

“Ahora sé –afirma– que terminar la secundaria es algo necesario para la vida, para uno mismo. Quiero decirles a otras personas que el desafío está, que uno tiene que decir sí, puedo. Ha habido pruebas en el camino que me han hecho sentir ganas de tirar la toalla, pero sigo firme, todos los días”.

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