Sus breves 6 años de fama sobre los escenarios junto a aquella banda ineludible del rock psicodélico, pasó a la historia como uno de los íconos definitivos de la contracultura estadounidense de los 60.
Dueño de una personalidad enigmática y de una sensibilidad única encerradas en el cuerpo de un verdadero rockstar, 80 años atrás nacía Jim Morrison, el líder y vocalista de The Doors que, cobijado en la poesía, lo espiritual y la experimentación, pasó a la historia como uno de los íconos definitivos de la contracultura estadounidense de los 60.
Sus pocos seis años de fama sobre los escenarios junto a aquella banda ineludible del rock psicodélico fueron suficientes para transformarlo en mito y verlo desplegar una combinación de voracidad literaria, filosófica y artística hasta entonces excepcional en la música, sin dudas potenciada por los excesos de su entorno y los suyos propios. Nació en la cálida península de Florida el 8 de diciembre de 1943, hijo de un capitán de la Armada, James Douglas Morrison saltó de ciudad en ciudad y de escuela en escuela durante toda su infancia y adolescencia. Aquel volátil estilo de vida familiar moldeó a este joven inocente, muchas veces tímido y de notable inteligencia, que prefería recluirse en sus amados poetas malditos, aquellos franceses bohemios que le marcaron el sendero. Instalado en Los Ángeles y entrando en sus veinte, decidió volcar todas sus inquietudes en la música cuando en julio de 1965 conoció a Ray Manzarek, otro alumno de la Universidad de California, en las playas de Venice. Pocos meses más tarde, el mundo pasaría a conocerlos como el cantante y el tecladista de la incipiente banda que formaron con el baterista John Densmore y con Robby Krieger, el último en sumarse, en guitarra. Bautizada The Doors en honor al ensayo autobiográfico “Las puertas de la percepción” -mejor conocido como el profundo viaje de ácido lisérgico de Aldous Huxley-, la esencia sonora y lírica del cuarteto se resumía en la propia cita de William Blake que había inspirado al autor inglés: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito”. Desde ese momento fue él, con un micrófono adelante, uno de esos poetas malditos que inculcaron su curiosidad por hurgar en los rincones sombríos del alma y a responder frente a esa oscuridad sin mensajes edulcorados, materializada en el repertorio de álbumes obligatorios como “The Doors” (1967), “Strange Days” (1967) y “L.A. Woman” (1971).
Morrison se consumió en su propia ley y murió en París, por causas que todavía se debaten, el 3 de julio de 1971. Tenía 27 años, la infame cifra que lo conecta con otros talentos que partieron mucho antes de lo esperado, aunque no sin dejar su marca insoslayable en la historia de la música y la cultura.