Vivió durante su niñez en San Luis y sus primeros recuerdos de la infancia forman parte de su rica obra. Escribió artículos periodísticos, novelas y cuentos que se tradujeron a 14 idiomas.
Cuando a Osvaldo Soriano le preguntaban de dónde era, le costaba responder, “Nací a pocos pasos del mar, pero mis primeros recuerdos son de San Luis y los desiertos puntanos”, confiesa en “Rosebud”, uno de los 33 relatos recopilados en el libro “Cuentos de los Años Felices”.
Nacido en 1943 en Mar del Plata, Soriano pasó su niñez en San Luis y después vivió en Rio Cuarto, Cipoletti, Tandil, Buenos Aires, México, Bruselas, Paris y de regreso al país, alternó entre Buenos Aires y Mar del Plata.
San Luis fue para Soriano la primera vez de muchas cosas. Su primera novia, la primera vez que vio una persona muerta, la única vez que su padre se peleó alas trompadas. Y esos primeros recuerdos quedaron plasmados en los textos que evocan tiempos de su niñez. Soriano vivó en San Luis entre 1946 y 1953. “De ese tiempo sobreviven airosos un limonero en el jardín…En la vereda de enfrente jugaba con un chico de nombre Eduardo Belgrano Rawson, que años más tarde iba a escribir varios libros deliciosos”, evocó en el mismo texto.
Sus historias con San Luis como protagonista retratan también imágenes icónicas de aquellos años que coincidieron con el gobierno del General Perón. “Yo me criaba en aquel clima de Nueva Argentina en la que los únicos privilegiados éramos los niños, sobre todo los que llevábamos el luto por Evita”, describe en “Juguetes”, el cuento donde rechaza como regalo de reyes un camión construido por su padre y en cambio envía una carta con un pedido a la presidencia de la Nación que semanas mas tarde se hace realidad, en las manos de un cartero que toca a su puerta con un paquete y una misiva del mismísimo presidente.
Esos “privilegios” chocaban con las ideas de su padre. Don José Vicente Soriano, empleado de Obras Sanitarias y furioso antiperonista que había desembarcado en la provincia con su esposa y su hijo fruto de un traslado, una práctica común en aquellos tiempos. “Mi padre se daba maña para hacer de todo sin ganar un peso. En San Luis construyó una casa en un baldío de horizonte dudoso, cubierto de yuyos y algarrobales. El gobierno de Perón le había dado un crédito para vivienda y él se sentía vagamente humillado por haberlo merecido. Nunca supe cómo hacía para ocultar su condición de antiperonista virulento”, describe. En otro pasaje se mofa cuando una mañana muy temprano lo vinieron a buscar para ir a la estación de tren, (la vieja estación que en ese momento estaba donde hoy se levanta el edificio principal de la UNSL). El hombre tuvo que salir presuroso con su mejor y único traje y un par de horas después volvió pálido:
— Me dio la mano —le dijo a mi madre y me miró de reojo—. Me dio la mano y me dijo: “Cómo le va, Soriano”.
— ¿Y cómo te conoció? —preguntó mi madre, asustada. — No sé. Me conoció el desgraciado.
“El General, que iba a Mendoza en tren, se había detenido en la estación de San Luis para saludar a todos los funcionarios por su nombre. Uno por uno, hasta llegar al sobrestante de Obras Sanitarias José Vicente Soriano, responsable de las aguas que consumía la población de San Luis”, recuerda.
El escritor y el periodista Soriano reconoció que tuvo un “inicio tardío” por la vocación literaria tras pasar su adolescencia y primeros años de su juventud en Cipoletti, embebido de futbol con el sueño de convertirse en el 9 de su querido San Lorenzo. El primer libro que leyó fue la novela de ciencia ficción Soy leyenda, de Richard Mathieson. Horacio Quiroga, Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant fueron algunos de sus primeros gustos literarios, con quienes sintió “el impacto de estos grandes cuentistas del realismo”.
Comenzó su oficio de periodista en el diario El Eco de Tandil, donde escribía en la sección de deportes y columnas sobre personajes famosos de la época. Luego, trabajó en Primera Plana, la revista El Porteño y el diario La Opinión. En esos medios realizó entrevistas inolvidables a personajes como Quino y Julio Cortázar. Escribió novelas y cuentos y se destacó por sus artículos en las contratapas del diario Página 12, durante los años 80 y 90, donde reflexionaba de forma aguda, picante sobre la realidad nacional. No faltó quienes lo compararan con Roberto Arlt y sus aguafuertes porteñas.
Se alejó de las canchas, pero el futbol estuvo omnipresente en sus historias, algunas memorables como la del penal más largo del mundo, el mundial de futbol de 1942 jugado a escondidas en la Patagonia Argentina, o el frustrado partido contra la selección inglesa, donde junto a sus compañeritos de los Juegos Evita disputarían un encuentro en el que estaba en juego nada menos que la soberanía sobre las Islas Malvinas.
Soriano es un “olvidado” de la literatura argentina y rezagado por la crítica literaria, aunque aceptado por el gran público: ha vendido millones de libros que fueron traducidos a 14 idiomas.
Murió a los 54 años, un 29 de enero de 1997, víctima de un cáncer de pulmón. Los contadores de historias y sus lectores lo recuerdan con sus ocurrencias, siempre acompañado por un gato y su frase de cabecera: “Los ideales son la única forma de saber que estamos vivos”.