Caso Abel: El mito del pendrive con contenido sexual de jueces y gente poderosa que nunca apareció

Alejandra Espinosa mientras la esposan. Está acusada de liderar la banda que habría hecho desaparecer a su ex.

Existió. No está en duda. Ya tres testigos afirmaron que tuvieron el dispositivo en sus manos. Algo dijeron sobre su contenido durante el juicio por asociación ilícita por el que son juzgados la peluquera Alejandra Espinosa, la amiga de ella, María Vázquez, y el excomisario Marcelo Acevedo. Pero los fiscales Leandro Estrada y Néstor Lucero no indagaron mucho sobre el aparatito cuando tuvieron frente a sí a esos testigos. Su supuesto contenido era la cuartada no dicha de la peluquera y la que repitió hasta el hartazgo Hernán Echevarría, quien durante casi todo el proceso penal fue el abogado de Acevedo.

El pendrive, para ser más exacto el material que guardaba, fue, según el exdefensor del exjefe policial, lo que originó el supuesto problema en la hipótesis que intentaron instalar sobre que había una enemistad entre Abel “Pochi” Ortiz, el ex de Espinosa, y un vecino adolescente del barrio Eva Perón. Esa teoría del letrado, quien erróneamente pronunciaba siempre pendraiver, pintaba al joven desaparecido casi como un pistolero. Decía que, desde el techo de una casa, “Pochi” hirió de un balazo al chico de apenas 16 años. Y desde ese entonces el menor de edad lo marcó a fuego a Ortiz. “Se la juró”, y no paró hasta deshacerse de él. Esa historia de enemigos de la que tanto se llenó la boca el anterior abogado de Acevedo y también alguno de los tantos letrados que representó a la peluquera tenía su raíz en que el adolescente le había robado un pendrive a Espinosa que, por aquel momento, todavía era pareja de Abel.

Valentín Rivadera, el abogado de Espinosa, habla con su clienta.

La mujer que hoy es sospechosa de liderar una asociación ilícita le había dicho a la madre del chico que ese dispositivo de almacenamiento tenía imágenes y videos de sexo de ella, “comprometedores” con gente poderosa, de alto calibre, entre la que había jueces. Hablaron, sin tapujos, de que se trataba de material sexual que involucraba, entre otras personas, al juez Santiago Ortiz. Mencionaron hasta a Leandro Estrada; quien ahora es fiscal, pero antes fue juez y, antes de ser magistrado, fue concejal y, antes de todo eso, ejerció la abogacía de manera privada.

Cuando hicieron correr con fuerza ese rumor, en los primeros años de la desaparición de Ortiz, esta periodista le consultó a Estrada si conocía Espinosa, porque ella sostenía que a él sí lo conocía. El actual fiscal respondió que, si no recordaba mal, había sido su clienta hacía muchos años, pero nada más. Esta semana esta cronista le hizo de nuevo la misma pregunta al funcionario y él contestó lo mismo. Dijo que fue abogado de la mujer, por una “causa de familia”.

Los defensores de Espinosa y Acevedo, los presuntos cabecillas de la asociación ilícita que, entre el combo de delitos que habría cometido, estuvo el de hacer desaparecer a Ortiz, se atragantaron hablando sobre ese bendito pendrive.

Lo cierto es que, según relataron ya más de tres testigos, al dispositivo de almacenamiento se lo robaron y lo vendieron por 100 pesos, los primeros meses de 2014. La peluquera movió cielo y tierra para recuperarlo y lo logró. Amenazó de muerte a la madre del chico que se lo había sustraído. Le dijo que uno a uno sus cuatros hijos aparecerían con un tiro en la cabeza. A esa familia le quemó la casa una noche, días más tarde regresó de nuevo para prenderle fuego a lo que había quedado de la estructura incinerada e, increíblemente, volvió una tercera vez para convertir en cenizas lo que apenas se mantenía de pie de lo que alguna vez fue una vivienda.

El excomisario Marcelo Cecilio Acevedo cuando dio algunos datos personales al Tribunal.

Movilizó hasta el personal policial a cargo de su presunto amante, quien por entonces era jefe de la Comisaría 9°, para que realizara allanamientos. Pusieron de cabeza, no literalmente claro, la casa de esa gente y sus familiares en búsqueda del pendrive. Tres o cuatro días después de su robo, lo recuperó porque el mismo padre del chico que lo compró se lo devolvió a la acusada, no era más que un vecino del barrio.

Consiguió recuperarlo sí, pero el aparatito jamás apareció. Ese elemento que era parte de la historia, que la defensa esgrimía como boleto de salida de los acusados, no está. Desapareció. Nadie sabe dónde está. Ni mucho menos nadie confirmó que contenía esos archivos tan comprometedores de los que habló la peluquera.

Al final otra cosa dicha, otro cuento que sobrevoló en estos últimos 11 años que Abel lleva desaparecido. Otra teoría que quedó en las palabras, pero jamás fue comprobada con hechos. Otra vez, mucho humo. Poca verdad.

El testigo que había robado el aparato de almacenamiento declaró en la primera semana del debate oral. Lo reconoció después de relatar cómo la peluquera le hizo probar drogas y lo introdujo en el mundo del crimen, como hizo con tantos otros chicos del Eva Perón. Les daba pastillas, los hacía dependientes de las píldoras y los mandaba a robar. Les marcaba las viviendas a atacar y, una vez que tenían el botín, se lo entregaban a la mujer. Ella, según el relato de ese exvecino que ahora tiene 29 años, pero que era un adolescente cuando conoció a la acusada, se repartía lo robado con el, por entonces, comisario Acevedo.

El joven narró sin problema que las pastillas se las cobraban 100 pesos. Un día, los primeros meses de 2014, no tenía para comprarlas entonces hizo lo que su vecina le había enseñado: robó. “Le saqué el pendrive y al otro día se lo vendí a otro chico del barrio”, dijo.

Hacia el final de su declaración, por una pregunta que le hizo Valentín Rivadera, el abogado de Espinosa, respondió que, después de venderlo, tuvo que regresar a lo del muchacho al que se lo había dado y pedírselo. “Lo devolví a los tres o cuatro días”, aseguró. Esa fue la única consulta de parte del defensor, quien indaga a veces hasta con más miedo con el que se presentan algunos testigos. A su favor esta periodista puede destacar que, al menos, hace alguna que otra tímida pregunta, puesto que el resto de los abogados que representan al excomisario y a María Vázquez directamente permanecen mudos.

Cada tanto Pascual Celdrán, el más experimentado de los tres, quien ahora asiste a Acevedo, formula preguntas a un testigo en particular. La defensora oficial Rocío Mediavilla, quien responde por la amiga de la peluquera, en cambio, brilla por su ausencia. Casi no se le conoce la voz en este juicio. Solo entre el año pasado y este 2025 cuando le ha tocado defender a homicidas y abusadores sexuales de menores de edad lo ha hecho casi como una tigresa.

Cuestionando y poniendo en duda las investigaciones y los mecanismos de producción de pruebas en delitos contra la integridad sexual. Ha defendido a sus asistidos casi como si se trataran de un familiar propio.
Sin embargo, en esta causa, en particular, parece todo lo contrario. Queda en evidencia que no conoce bien el expediente, tal vez ni siquiera lo haya visto del todo.

De lo mismo da cuenta Celdrán, quien cuando declaró un expolicía y afirmó que en su oficina de la Comisaría 9° Acevedo guardaba unas armas de fuego desaparecidas, se dio vuelta para hablar con su cliente. El letrado notoriamente molesto, con el ceño fruncido, le dijo algo al exjefe policial, casi como si le pidiera explicaciones, ante algo que lo tomaba por sorpresa sobre la declaración de ese testigo, que ahora es un comisario retirado.

No es cualquier causa. Solo hace unos años esta cronista pasó junto a una de las oficinas que tienen los pasillos internos de los Tribunales de Villa Mercedes, donde estaba el expediente del caso en papel. Era una pila de un metro de altura de hojas y hojas. Varios cuerpos. “Y esa es solo una parte”, le comentó a esta comunicadora el juez que entrevistaría esa mañana.

Pero volvamos al presente. Al día siguiente, en el debate oral, declaró el hombre que le había comprado el pendrive a su vecino. En aquel entonces era un joven. Se mostró incómodo, casi con miedo, durante la audiencia. El fiscal Estrada le preguntó un par de veces si tenía temor de testificar, si había recibido alguna amenaza por hablar en esta causa y le manifestó que no.

En su declaración confirmó lo que ya había dicho el otro testigo el día anterior. Contó que, al fin y al cabo, tuvo en sus manos muy poco tiempo el dispositivo de almacenamiento. Afirmó que a los pocos días Espinosa llegó a su casa, en un patrullero y acompañado por un policía. Sin orden judicial de allanamiento, ingresaron a su domicilio y se llevaron su CPU.

Luego, los fiscales indagaron sobre un hecho que marca un antes y un después en esta historia, la ya super mencionaba primera vez que le quemaron la casa a la familia del chico que robó el pendrive. Durante este debate, el testigo aseguró que esa noche no estuvo en el barrio. Los funcionarios públicos insistieron en si estaba seguro de lo que decía. Y el hombre argumentó que habían pasado muchos años y que era apenas un chico para entonces.

Fue allí cuando uno de los fiscales le leyó lo que declaró hace años cuando fue interrogado por primera vez sobre esa medianoche, en la que el exdefensor Echevarría sostenía que Abel andaba a los tiros sobre un techo, mientras su pareja y otros quemaban la vivienda.

Los representantes del Ministerio Público Fiscal (MPF) le leyeron su viejo testimonio para refrescarle la memoria y hacerle ver cuánto contrasta con lo que sostenía ahora en el juicio. Aquella vez relató cómo fue “la pueblada”, encabezada por la peluquera que solo buscaba venganza del menor de edad que le había robado el pendrive. Reconoció que Abel estaba sobre un techo, pero no estaba armado. Señaló que el chico que le había vendido el dispositivo de almacenamiento, que tenía 16 años, fue baleado por Daiana Villegas, la madre de la peluquera, con un arma de fuego que segundos antes le había dado Espinosa.

Abel «Pochi» Ortiz desapareció el 16 de septiembre de 2014.

Molesto por la mentira del testigo, Lucero le anticipó al Tribunal que solicitará que sea investigado por el delito de falso testimonio. Pero es muy apresurado decir si eso sucederá o no, en este estadio del proceso, cuando solo han declarado 20 de las 106 personas citadas. Por un lado, porque el otro fiscal no está tan de acuerdo con iniciarle una causa a ese hombre que se contradijo en esa parte de la declaración. Su punto de vista quizás encuentra asidero en algo que era claro en el debate oral: el vecino de la acusada estaba nervioso y siempre está latente la posibilidad de que temiera por su vida o por la de algún ser querido, porque puede que haya sido amenazado para no decir la verdad. Además si será o no investigado por falso testimonio dependerá del veredicto del Tribunal.

Después le preguntaron por el contenido del dispositivo. Dijo que tenía audios de personas que parecían tener sexo y unas fotos. No dijo de qué naturaleza eran esas imágenes, qué se veían en ellas, tampoco se lo consultaron.

Dos días después testificó su padre. Narró que su hijo había comprado el aparato para escuchar música, porque no tenía. “Lo puse arriba de un mueble y, a los pocos días, lo vino a buscar”, afirmó. La peluquera del barrio, como la conoce, fue quien llegó a reclamarle el prendrive. “Ella dijo que era de ella y que se lo habían robado”, recordó. Eso fue un domingo, cuando apenas volvía de trabajar el hombre.

Los fiscales lo indagaron sobre el CPU. Al respecto aseguró que él no estaba cuando arribaron y se llevaron la computadora de su hijo. Aseveró que él estaba en el trabajo cuando eso sucedió y que, sorprendentemente, tampoco le preguntó por qué habían caído, así como si nada, sin una orden judicial, y le secuestraron el aparato del joven. “No tengo ni idea de por qué se lo llevó”, manifestó, como si nada fuese.

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